ARQUITECTO. HELIO PIÑÓN
Doctor en Arquitectura desde 1976 por la Escola Tècnica Superior d'Arquitectura de Barcelona
(ETSAB), es Catedrático de Proyectos de Arquitectura desde 1979. Es autor de
más de una docena de libros cuyo centro de gravedad teórico es el sentido estético y la
vigencia de la arquitectura moderna. Entre ellos, Reflexión histórica de la arquitectura
moderna, Arquitectura de las neovanguardias, Arquitec
(ETSAB), es Catedrático de Proyectos de Arquitectura desde 1979. Es autor de
más de una docena de libros cuyo centro de gravedad teórico es el sentido estético y la
vigencia de la arquitectura moderna. Entre ellos, Reflexión histórica de la arquitectura
moderna, Arquitectura de las neovanguardias, Arquitec
tura moderna en Barcelona 1951-
1976, Curso básico de proyectos, El proyecto como (re)construcción y Teoria del proyecto.
Imparte regularmente cursos de postgrado en escuelas de arquitectura
latinoamericanas. Es Profesor Extraordinario de la Escuela de Arquitectura de la Universidad
de Navarra, miembro numerario de la Real Academia de Doctores y Miembro Fundador
de la revista Arquitectura Bis. Desarrolla su actividad profesional e investigadora en
la Universitat Politècnica de Catalunya, en la que ocupó el cargo de vicerrector de Programas
Culturales entre los años 1998 y 2002. El año 1999 fundó, junto a Nicanor García,
el Laboratorio de Arquitectura ETSAB.
Las escuelas han instituido y avalado la enseñanza liberal que acabo de describir, renunciando a una enseñanza académica, entendida en el sentido fuerte del término, es decir, una enseñanza que exige un profesorado consciente de lo que trata de transmitir y, a la vez, con competencia suficiente para transmitirlo. Sorprende la irresponsabilidad con que en muchos ámbitos de la docencia arquitectónica se critica lo académico como sinónimo de esclerótico, como rémora del pasado, por el hecho de que la academia, a finales del siglo XIX supusiera un freno para el cambio artístico. En realidad, la propia noción de academia comporta el conocimiento del saber y se orienta a la eficacia de su transmisión, condiciones básicas de cualquier proceso didáctico; un conocimiento y una eficacia en la transmisión a los que la enseñanza actual ha renunciado, a favor de una docencia espontaneísta que acaba convirtiéndose en una suerte de pantomima de la creatividad que aboca a “la innovación y el espectáculo”.
Las escuelas, en fin, han actuado como aval administrativo de la supervivencia de una actividad con un pasado glorioso, garantizando su prestigio social, sin advertir como ha ido perdiendo progresivamente su sentido civil y su utilidad pública, hasta el extremo de constituir en la actualidad una práctica superflua con nula incidencia en la construcción de las ciudades.
Para aliviar los dolores del repliegue, los arquitectos más desinhibidos – con la complicidad inestimable de una crítica entregada –, obsesionados en recuperar el papel que la arquitectura tuvo en el pasado mediante la notoriedad de sus intervenciones, han sustitución el objetivo del orden por la celebración de la sorpresa, es decir, han consumado la renuncia a la calidad a favor de la “innovación”: uno de los fetiches más burdos del consumismo mercantil.
Actuando así, las escuelas de arquitectura se han convertido, en la práctica, en guarderías de jóvenes de edades comprendidas entre los 18 y los 25 años, fascinados por un presente “creativo”, e espera de un futuro como “estrellas” con una popularidad comparable a la de un deportista o un cantante. La realidad es que nuestras escuelas están formando mano de obra barata para los grandes estudios multinacionales que han convertido el proyecto en una actividad industrial que actúa con criterios estéticos propios de un populismo banal y con procedimientos publicitarios propios del mercantilismo más burdo.
1976, Curso básico de proyectos, El proyecto como (re)construcción y Teoria del proyecto.
Imparte regularmente cursos de postgrado en escuelas de arquitectura
latinoamericanas. Es Profesor Extraordinario de la Escuela de Arquitectura de la Universidad
de Navarra, miembro numerario de la Real Academia de Doctores y Miembro Fundador
de la revista Arquitectura Bis. Desarrolla su actividad profesional e investigadora en
la Universitat Politècnica de Catalunya, en la que ocupó el cargo de vicerrector de Programas
Culturales entre los años 1998 y 2002. El año 1999 fundó, junto a Nicanor García,
el Laboratorio de Arquitectura ETSAB.
Las escuelas han instituido y avalado la enseñanza liberal que acabo de describir, renunciando a una enseñanza académica, entendida en el sentido fuerte del término, es decir, una enseñanza que exige un profesorado consciente de lo que trata de transmitir y, a la vez, con competencia suficiente para transmitirlo. Sorprende la irresponsabilidad con que en muchos ámbitos de la docencia arquitectónica se critica lo académico como sinónimo de esclerótico, como rémora del pasado, por el hecho de que la academia, a finales del siglo XIX supusiera un freno para el cambio artístico. En realidad, la propia noción de academia comporta el conocimiento del saber y se orienta a la eficacia de su transmisión, condiciones básicas de cualquier proceso didáctico; un conocimiento y una eficacia en la transmisión a los que la enseñanza actual ha renunciado, a favor de una docencia espontaneísta que acaba convirtiéndose en una suerte de pantomima de la creatividad que aboca a “la innovación y el espectáculo”.
Las escuelas, en fin, han actuado como aval administrativo de la supervivencia de una actividad con un pasado glorioso, garantizando su prestigio social, sin advertir como ha ido perdiendo progresivamente su sentido civil y su utilidad pública, hasta el extremo de constituir en la actualidad una práctica superflua con nula incidencia en la construcción de las ciudades.
Para aliviar los dolores del repliegue, los arquitectos más desinhibidos – con la complicidad inestimable de una crítica entregada –, obsesionados en recuperar el papel que la arquitectura tuvo en el pasado mediante la notoriedad de sus intervenciones, han sustitución el objetivo del orden por la celebración de la sorpresa, es decir, han consumado la renuncia a la calidad a favor de la “innovación”: uno de los fetiches más burdos del consumismo mercantil.
Actuando así, las escuelas de arquitectura se han convertido, en la práctica, en guarderías de jóvenes de edades comprendidas entre los 18 y los 25 años, fascinados por un presente “creativo”, e espera de un futuro como “estrellas” con una popularidad comparable a la de un deportista o un cantante. La realidad es que nuestras escuelas están formando mano de obra barata para los grandes estudios multinacionales que han convertido el proyecto en una actividad industrial que actúa con criterios estéticos propios de un populismo banal y con procedimientos publicitarios propios del mercantilismo más burdo.
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